Desafortunadamente, la memoria colectiva de los Estados Unidos sobre sus primeras experiencias con la adicción a la cocaína se desvanecería en los recovecos de la historia.

Años más tarde, en la década de 1970, cuando la cultura de la droga de EE.UU. empezó a florecer (sobre todo con la marihuana y el LSD en menor medida), el repentino resurgimiento de la cocaína fue algo que el país realmente no se esperaba. Muchos defensores de la legalización argumentan que la oferta de las drogas simplemente satisface una demanda insatisfecha. Aunque la marihuana se había convertido en la droga predilecta de los rebeldes baby boomers, es difícil argumentar que existía una demanda específica por un híper-estimulante como la cocaína. Más bien, parece que nuestra cultura de drogas, que en ese momento se desarrollaba rápidamente, fue el terreno fértil que permitió a los ricos boomers experimentar con nuevos tipos de drogas con efectos dramáticamente diferentes y que produjeron nuevas tasas de adicción.

Esta nueva generación parecía predispuesta a probar cualquier droga que se les presentara. Simultáneamente, a los traficantes colombianos que suministraban marihuana a los Estados Unidos, se les hizo cada vez más difícil competir contra la potente sinsemilla que provenía de México y comenzaron a buscar un reemplazo. Rápidamente se les hizo evidente que la cocaína era la opción ideal. Por dosis, pesaba significativamente menos que la marihuana y era menos voluminoso, lo que la hacía más fácil de ocultar y exportar ilegalmente.

La cocaína también era una sustancialmente más lucrativa, a un precio de venta de US$400-460 por gramo en las calles de Nueva York en comparación con US$1.25-1.50 por un cigarrillo de marihuana (aproximadamente medio gramo) a principios de los años 80. A partir de 2013, un kilo de cocaína les costaba a los traficantes colombianos US$2,200 en las selvas del interior y de US$5,500-7,000 en los puertos colombianos. Para cuando llega ese kilo a Centroamérica, cuesta 10,000 dólares y el precio aumenta a 16,000 dólares cuando llega a las ciudades fronterizas del norte de México. Al por mayor, ese kilo costará US$24,000 en los EE.UU. y US$53,000 en Europa. En última instancia, cada gramo hoy cuesta por lo menos US$100 en los EE.UU., US$130 en Europa y US$250 en Australia. La ganancia potencial es significativa y, obviamente, es un poderoso aliciente para los contrabandistas.

Si damos un paso atrás por un momento, y nos remontamos cien años atrás, cuando la cocaína seguía siendo legal, Java, Sumatra, Formosa y otros países del sudeste asiático cultivaban las hojas de coca que se utilizaban en las medicinas de patente y en las versiones que se podían fumar e inhalar que ofrecían las farmacéuticas estadounidenses y europeas. También sabemos que las culturas indígenas de Perú y Bolivia han masticado hojas de coca durante siglos. Sin embargo, serían totalmente diferentes los intermediarios que suministrarían la droga que había sido re-descubierta (aunque para entonces ya era ilegal) y habría de satisfacer los insaciables apetitos de la creciente generación de boomers. Al principio, pequeños grupos de traficantes que existían en Bolivia y Perú trabajaban con la mafia cubana para facilitar la entrada de la cocaína en los Estados Unidos. Conforme los traficantes colombianos dieron cuenta del potencial del contrabando de cocaína, comenzaron a obtener la coca cruda de sus vecinos cercanos (Perú y Bolivia) para luego procesarla y exportarla a los Estados Unidos. Los colombianos llegaron a dominar el tráfico de cocaína, desplazando gradualmente a la mafia cubana y a otros grupos, para luego ser eclipsados por los cárteles mexicanos en los años 2000.

Información adicional

Posted by Anaïs Faure