Nuestro desafío actual de la adicción a los opiáceos, como el Oxycontin, se puede entender mejor echando un vistazo a lo que ocurrió anteriormente con la adicción a la misma droga hace más de un siglo. Como decía Confucio, «un verdadero maestro es aquél que, al mantener vivo el pasado, también es capaz de entender el presente».
En su búsqueda por un opiáceo menos adictivo, las compañías farmacéuticas diseñaron a mediados de la década de 1990 primero opiáceos de liberación prolongada como el Vicodin (que contiene hidrocodona y acetaminofén) y el Percocet (que contiene oxicodona y acetaminofén). Posteriormente, se creó un opiáceo más puro, que contiene sólo oxicodona, más comúnmente conocido por su nombre de marca, Oxycontin.
De 1990 a 2004, el número de adictos primarios a los opiáceos aumentó casi cuatro veces a 2.4 millones. Hoy, de aquéllos que experimentan con cualquier droga por primera vez, el 17% está usando analgésicos de venta bajo receta, como el Oxycontin, un fenómeno superado sólo por la marihuana. El giro que ocurrió en los Estados Unidos fue un «cambio cultural en la actitud de la comunidad médica hacia el dolor y la medicación», dice el Dr. Jason Jerry, psiquiatra y experto en adicción en la Clínica Cleveland. Anteriormente, los médicos recetaban estos fármacos sólo para los pacientes con cáncer en fase avanzada o después de una cirugía mayor, pero «las prácticas de comercialización de la industria farmacéutica cambiaron la cultura médica, hasta el punto de que surgió un quinto signo vital: el dolor».
Pronto se hizo común que los médicos recetaran drogas como el Vicodin o el Oxycontin para todo, desde la artritis hasta el dolor de espalda baja, y las compañías farmacéuticas inundaron el mercado de los Estados Unidos con estos medicamentos. A medida que los usuarios de estos analgésicos opiáceos se volvieron cada vez más adictos, comenzaron a pulverizar las píldoras para inhalar el polvo, o aún peor, a disolver las pastillas (filtrando el material insoluble) para inyectarlo igual que la heroína.
Entre 2004 y 2011, las emergencias médicas causadas por opiáceos aumentaron en un 153%. Aún a pesar de los esfuerzos del gobierno de los Estados Unidos por reducir la cantidad excesiva de recetas de opiáceos (lo cual dio lugar a una reducción de 2 millones de recetas en 2012 respecto de 2011), la cantidad de recetas aumentaron un 67% a lo largo de un período de 10 años. Los adictos a los opiáceos a menudo llevan vidas de delincuencia y engaño, el 95% cometen delitos, más comúnmente robo y prostitución, para mantener su adicción por medio de obtener pago con drogas, o dinero para comprar drogas.
La consecuencia más desalentadora de la crisis de los opiáceos ha sido el aumento de las sobredosis fatales. De 2001 a 2014, hubo un asombroso aumento de 3.4 veces en muertes por opiáceos; en 2015, hubo más de 15,000 muertes causadas por opiáceos en los Estados Unidos; todas las sobredosis de drogas superaron los accidentes automovilísticos en un 15% en 2015. Aunque los medios de comunicación han estado cubriendo la crisis, parece haber habido poca o ninguna respuesta concertada por parte del gobierno a nivel federal, sino hasta 2016, cuando el gobierno de Obama comenzó a crear conciencia sobre el tema y el Congreso de EE.UU. aprobó una legislación integral para hacer frente a la adicción a los opiáceos. La Ley Integral sobre Adicción y Recuperación (CARA, por sus siglas en inglés) de 2016, fue un intento por abordar el problema de la adicción y la demanda de opiáceos y heroína. Específicamente, el proyecto de ley promueve mejores prácticas para recetar opiáceos, así como una campaña nacional de educación y subvenciones para hacer frente a las crisis locales de drogas. Vale la pena señalar que, si bien existe un amplio margen para mejorar el control sobre los opiáceos, el hecho de que éstos son sustancias de uso legal debería causar serias preocupaciones a cualquier persona que piensa que la legalización de las drogas duras (especialmente para fines recreativos) no ocurriría sin consecuencias graves.