En Estados Unidos, la creciente alarma por la adicción a las drogas, el crecimiento del Movimiento de Templanza contra el alcohol, y el deseo de mantener la credibilidad con sus socios internacionales al impulsar la Convención del Opio de 1912, motivaron a Estados Unidos a aprobar su primera ley antinarcótica nacional, la Ley Harrison de 1914.
Esta ley, que fue promovida por el congresista Francis Barton Harrison, controlaría la producción, la venta y el uso del opio (y de sus derivados), de la cocaína y el cannabis. Sin embargo, al final la marihuana quedó fuera de la ley, debido a la resistencia por parte de muchos en la profesión médica que creían que no causaba hábito. La marihuana siguió siendo legal en los Estados Unidos hasta 1937 cuando el Congreso aprobó la Ley de Gravación Fiscal sobre la Marihuana. En lugar de prohibir directamente la marihuana, dicha ley impuso un timbre fiscal de transferencia de $100 por onza cada vez que la droga cambiaba de manos. Los timbres raramente eran emitidos, lo cual hacía que la droga permaneciera ilegal.
El control formalizado de los estupefacientes, los persistentes efectos de la depresión económica y la Segunda Guerra Mundial contribuyeron a una importante disminución del uso y abuso de las drogas en los Estados Unidos en los siguientes decenios. Esencialmente, las drogas ilegales se convirtieron en un problema relativamente infrecuente y olvidado. Sin embargo, como se ve a menudo en la historia, la calma en la tormenta del uso de las drogas no duró mucho.